jueves, 7 de enero de 2010

Esfacteria: Los 300 espartanos que sí se rindieron


Todos hemos oído hablar de los espartanos y su valentía. De este pueblo, que habitaba el Peloponeso, surgieron los héroes de una de las grandes epopeyas de la civilización europea: la Batalla de las Termópilas.

Se decía de los espartanos que, cuando iban a entrar en combate, sus madres y esposas les decían al entregarles los escudos que volvieran "con ellos o sobre ellos". Y esto último ocurrió en las Termópilas: tras 3 días de lucha, 300 espartanos, junto a 700 tespios y 400 tebanos, prefirieron morir a rendirse ante el ejército persa. Pese a haber sido una derrota para el ejército griego, el hecho de que un ejército tan pequeño consiguiera medirse al mucho más numeroso ejército persa, y el arrojo mostrado por los espartanos en la batalla, convirtiron a las Termópilas en un ejemplo inspirador.

Las Termópilas contribuyó a forjar una leyenda de valentía hasta la muerte para los espartanos. Sin embargo no es cierto que no podamos encontrar ningún ejemplo la historia en el que un ejército espartano se rinda ante el enemigo. Aquí os traigo uno.


Estamos en el 425 aC, 55 años después de la batalla de las Termópilas. La alianza entre los griegos dejó hace tiempo de existir para dar lugar a guerras internas. En concreto, Esparta y la Liga del Peloponeso se enfrentan a la demócrata Atenas y su imperio en la llamada Guerra del Peloponeso (431-404).

Tras 6 años de guerra, Esparta y sus aliados llevaban una cierta ventaja. Potencias terrestres, en campo abierto no podrían ser vencidas por el menos numeroso ejército ateniense. Año tras año, devastaban Ática sin oposición. Sin embargo, las murallas atenienses evitaban un asalto directo, y su imperio marítimo y superior flota le permitirían aguantar cualquier asedio.

En ese momento, Corcyra, principal aliado de Atenas en el oeste de Grecia, estaba en peligro. Los aristócratas de la ciudad, aliados de Esparta que habían sido expulsados, regresaron con un ejército privado y se hicieron fuertes en las montañas de la isla. Sus ataques causaron una hambruna en la ciudad, y en cualquier momento esperaban poder lanzar el ataque definitivo con ayuda de una flota mandada por Corinto.

Preocupados ante esta posibilidad, los atenienses mandaron una flota al mando de Sophocles y Eurymedon. En ella viajaba el imaginativo Demóstenes, que, con permiso de Atenas, pretendía usar parte de esa flota para sus propios planes.

Demóstenes conocía un lugar del Peloponeso ideal para desembarcar, construir un fuerte y resistir el eventual ataque espartano. Era un lugar llamado Pylos, y estaba en el punto más hacia el sudoeste del Peloponeso. Allí esperaba instalar una base naval, y que fuera un punto desde el que lanzar ataques terrestres.

Pese a que su plan no convenció a ningún general, la suerte estuvo de su lado. Una tormenta hizo que la escuadra ateniense tuviese que esperar varios días en los alrededores de Pylos. Con el paso de los días, más por aburrimiento que por convencimiento, un número suficiente de soldados decidió apoyar a Demóstenes, que se quedó allí con menos de 600 hombres, entre ellos 50 hoplitas, y cinco navíos. A estos se les unió un ejército privado de 40 hoplitas messenios, que debió ser contrarado por Demóstenes con antelación.

Los espartanos vieron rápidamente el peligro de un asentamiento ateniense en el Peloponeso. Llamaron a su flota, que estaba en los alrededores de Corcyra, y al ejército, de campaña en Ática, para organizar un ataque inmediato contra Pylos, mientras aún no estuviese del todo fortificado.
El plan espartano consistiría en un ataque inmediato por tierra y mar con las tropas disponibles, mientras la flota debería obstruir los canales que llevaban al puerto de Pylos, y así evitar la llegada de refuerzos. Los espartanos posicionaron tropas en la costa y en la cercana isla de Esfacteria, para evitar que la flota ateniense desembarcara en los alrededores.

Estas tropas atacaron sin éxito al muy inferior ejército de Demóstenes, que resistía en las fortificaciones que habían construído. Al tercer día de lucha, la escuadra ateniense, alertada por los sitiados, regresó y derrotó completamente a la flota espartana. Como consecuencia, 420 hoplitas espartanos quedaron aislados en la isla de Esphacteria.

420 hoplitas era la décima parte de todo el ejército espartano, y entre ellos se encontraban al menos 180 hómoioi provenientes de las familias aristocráticas más poderosas de Esparta. La pérdida de tantos buenos compatriotas preocupaba mucho a una sociedad en la que la eugenesia y un largo servicio militar que separaba a las parejas en sus años más fértiles limitaban tanto el crecimiento de la población.

Tras darse cuenta de que les sería imposible rescatarlos o avituallarlos, los espartanos pidieron una tregua. Según esta, Atenas no atacaría Esfacteria, y permitiría la llegada de comida y agua a los espartanos allí atrapados. Además, Atenas guardaría los barcos espartanos supervivientes como garantía del cumplimiento de la tregua.

Emisarios espartanos propusieron un plan de paz aceptable ante la asamblea ateniense. Los atenienses, liderados por Cleón, respondieron con condiciones mucho más fuertes para una paz definitiva, tales como el control de Megara, Beocia y otras partes de Grecia central. Mientras que estas no se cumplieran, exigían que los hoplitas encerrados en Esfacteria fuesen llevados a Atenas como rehenes.

Esparta no podría aceptarlas en ningún caso, porque involucraban grandes pérdidas territoriales para sus aliados. Esto podría provocar la destrucción de su alianza, sobre la que se sustentaba la seguridad de Esparta, siempre temerosa de una rebelión de sus numerosos ilotas. Como en ningún caso podían expresar estos temores en público, ante toda la asamblea ateniense, los espartanos solicitaron una reunión en pequeño comité, que fue rechazada. Tras esto, los enviados espartanos dieron por terminadas las conversaciones y regresaron, dando por terminada la tregua.

La prioridad ateniense era ahora capturar a los espartanos atrapados en Esfacteria. Para lo cual, Cleón viajó a la zona con un contingente de tropas ligeras con la promesa de que en veinte días capturaría o mataría a los espartanos.

Demóstenes, que seguía en la región, no era muy optimista ante la idea de asaltar la frondosa isla, que ocultaba a un número indeterminado de hoplitas espartanos. Sin embargo, en ese momento, un contingente ateniense prendió fuego accidentalmente al bosque, quemándose una gran parte de los árboles de la isla.

La súbita falta de vegetación dejó al descubierto al ejército espartano, y reveló muchas zonas adecuadas para una invasión anfibia de la isla. Los espartanos estaban principalmente concentrados en el centro de la isla, con otro pequeño contingente en un fuerte al norte, frente a Pylos. El sur de Esfacteria estaba casi desprotegido, con una guarnición de 30 hoplitas.


Las tropas atenienses desembarcaron principalmente en el sur, pero también por diversos puntos de la isla, tomando diversos puntos elevados. En total 8000 remeros, 800 hoplitas, 800 arqueros y más de 2000 tropas ligeras, se enfrentaron a los 420 espartanos, que tuvieron que huir al fortificado norte de la isla.

Un contingente de tropas ligeras al mando del general messenio Comon, encontró un escarpado camino por el que consiguió atacar por la espalda a las tropas espartanas. Rodeados, y superados en número, los 292 espartanos supervivientes solicitaron una tregua y pidieron consejo a Esparta. La ciudad respondió que "decidieran su propio destino, pero que no hiciesen nada deshonorable". Finalmente, los casi 300 espartanos atrapados en Esfateria, se rindieron ante el ejército de Cleón.

Los espartanos capturados fueron llevados a Atenas como rehenes y allí permanecieron durante muchos años. Su seguridad estaba asegurada, salvo si algún ejército espartano volvía a entrar en Ática.

La rendición de los soldados espartanos, que según su leyenda deberían haber muerto luchando, impactó a todo el mundo griego. Su captura supuso una gran victoria, que indujo en Atenas un gran optimismo y una nueva estrategia agresiva, que no desaparecieron hasta las posteriores derrotas de Delium y Anfípolis.

En el 421 aC, las dos potencias firmaron una tregua, que no pudo poner fin a la guerra. Ésta finalmente terminó con una victoria espartana en el 404 aC. El Imperio Ateniense desapareció y la propia ciudad de Atenas quedó controlada por un régimen oligárquico.

Fuentes: Donald Kagan, The Peloponnesian War: Athens and Sparta in Savage Conflict 431-404 BC

Recientemente se ha traducido al castellano. Puedes encontrarlo en la Casa del Libro o en Amazon.es.

martes, 5 de enero de 2010

España y la ocupación de Tánger


De sobra es conocida la reunión de Franco y Hitler en Hendaya. Más aún lo es el envío de tropas voluntarias españolas para luchar contra los soviéticos, la llamada División Azul.Sin embargo, es poco conocido el papel jugado por las tropas españolas en Tánger, su única intervención durante este conflicto bajo bandera española, el momento justo en el que España estuvo más cerca de entrar en la Segunda Guerra Mundial como aliado de Alemania.

Antes del comienzo de la guerra, el estatuto de Tánger no estaba muy bien definido. En 1923 se había firmado un acuerdo entre Francia, Inglaterra y España para colocarla bajo influencia dichas potencias, pero con preponderancia francesa. En 1935 se firma un nuevo acuerdo junto con Italia, en el que es ahora España la potencia encargada de la administración del protectorado.

La guerra vuelve obsoleto el tratado. Francia propone volver a la fórmula de 1923, con preponderancia francesa. Es en este momento, cuando se produce la invasión española.

El 14 de Junio de 1940, el mismo día que París caía bajo la bota alemana, Tánger es ocupado por fuerzas españolas. Las autoridades francesas son informadas de que la ocupación es provisional y que su objetivo es el apoyo al orden y la neutralidad de Tánger. En ese momento Inglaterra y Francia estaban demasiado ocupados perdiendo batallas como para reaccionar.

La invasión estaba planeada con antelación y avanza con rapidez. En la noche del 17 al 18 de Junio, las tropas ocupan la fortaleza, y al día siguiente, Franco envía a Hitler sus pretensiones: quiere parte del imperio colonial francés del Norte de África como prerequisito antes de entrar en la guerra.

Hitler no puede aceptarlo: la cesión de dicho territorio puede desencadenar malestar en la ahora neutral Francia de Vichy. No estaba clara tampoco la ventaja que acarrearía a Alemania la entrada en la contienda de España, destrozada económicamente tras 3 años de guerra civil. La entrada de España en la guerra se fue retrasando, y finalmente nunca ocurrió.

Ningún aliado reconocería la ocupación, pero ésta es tolerada. Alemania sí la reconocerá, y creará un consulado en la ciudad, sobre el que va a ondear la bandera con la cruz gamada durante gran parte de la guerra. Sea como fuere, las tropas españolas no abandonarían Tánger hasta poco antes del final de la guerra y ante el avance de las tropas aliadas.

Tras su marcha, Tánger fue declarada otra vez ciudad abierta.

Fuentes: Afrique du nord dans la guerre 1939 1945 Christine Levisse-Touzé, Albin Michel, 1998.

sábado, 2 de enero de 2010

La blasfemia es delito en Irlanda


Este primero de enero entró en vigor la nueva ley irlandesa que tipifica la blasfemia como un delito castigable con multas de hasta 25.000€. Se prevee también, en caso apropiado, la censura y retirada del material blasfemo.

En el texto de la ley, se define como blasfemia aquella declaración, o obra, que insulte o ridiculice todo aquello considerado sagrado por alguna religión, y que consiga o pretenda con ello la indignación de un gran número de creyentes.

Según esta ley, por ejemplo, se podría multar a los dibujantes Daneses que hicieron la famosa caricatura del profeta Mahoma que indignó a tantos miles de musulmanes. Leve pena a sumar al precio que han puesto a sus cabezas ciertos movimientos fundamentalistas, y los intentos de asesinato que han sufrido, como el del pasado viernes en el propio domicilio.

Como cuenta Atheists Ireland, con esta ley en la mano (y saltándonos el principio de no retroactividad, claro), podríamos multar a Jesucristo, Mahoma, Mark Twain, Benedicto XVI y una larga lista más.

No creo que sea ese el camino a seguir en la Europa laica de las libertades.